EL FRACASO DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL EN ESPAÑA.

¿POR QUÉ EXISTEN ZONAS EN ESPAÑA CON UN DÉFICIT INDUSTRIAL?

Desde este rincón de España en el que nos encontramos, cabría preguntarse ¿por qué existen territorios en el Estado español, que tienen una falta de tejido industrial tan evidente en comparación con zonas del norte de España? Desde donde viene este desarrollo desigual, este atraso histórico en algunas regiones de España. ¿Existe relación entre zonas más industrializadas y el triunfo de sentimientos nacionalistas en España? 


Vamos a intentar aquí buscar respuestas en el pasado, en la historia, analizando para ello La Revolución Industrial o, en su defecto, el fracaso de esta en España, fundamentado, sobre todo, en las ideas del historiador Jordi Nadal, considerado una autoridad en la historia del proceso de industrialización en España. La Revolución Industrial es un período histórico situado, por la mayor parte de los autores, en Inglaterra durante la segunda mitad del Siglo XVIII (1750-1780), si bien su final alcanza hasta la mitad del siglo siguiente (Siglo XIX). Sin embargo, debe tenerse en cuenta que la diferencia de fechas entre Inglaterra y los demás países fue, en algunos casos, sustancial, como en el caso de España, donde ha sido considerada por algunos autores como una Revolución Industrial tardía la que aconteció en nuestro país. 

El proceso de Revolución Industrial que tuvo lugar en España en aquel momento histórico (Siglos XVIII- XIX), no tuvo ningún tipo de similitud con el acontecido en países desarrollados como Inglaterra, existiendo múltiples y variados factores que pudieran estar relacionados, en mayor o menor medida, con el “fracaso” de la Revolución Industrial en España.

Por otro lado, de manera general, cabe considerar que la Revolución Industrial no debe ser entendida como un momento específico de cambio radical y súbito, sino como un proceso arduo, no exento de tensiones, el cual sólo consiguió su consolidación con el transcurso de los años, estando su referencia principal en Inglaterra. Así, según el profesor británico David S. Landes, esta Revolución puede definirse como: “complejo de innovaciones tecnológicas que, al sustituir la habilidad humana por la maquinaria y la fuerza humana y animal por energía mecánica, provoca el paso desde la producción artesana a la fabril, dando así lugar al nacimiento de la economía moderna”.

la Revolución Industrial y su fracaso en España durante el siglo XIX. Lo analizamos desde diferentes ángulos: demográfico, agrícola, industrial, de comunicación y transporte, financiero y de política económica (librecambismo frente a proteccionismo).

Éxito en Inglaterra y fracaso en España

Algunas de las premisas que favorecieron el desarrollo de la Primera Revolución Industrial en países como Inglaterra no se llegaron a dar en España:

  1. Ausencia de una revolución agraria. No se produjo una mejora técnica en la agricultura que elevara la productividad y fuera capaz de aumentar de forma significativa la producción agraria y el excedente comercializable, lo que hubiera favorecido una mejora de la alimentación, con el consiguiente descenso de la mortalidad, así como una importante acumulación de capitales derivados del comercio a gran escala de productos agrícolas. Las desamortizaciones realizadas   a lo largo del XIX, no sólo no modificaron la estructura latifundista de la propiedad, sino que la acentuaron, sin que los propietarios terratenientes se vieran animados a invertir en mejoras técnico-productivas al poder contar con una mano de obra campesina empobrecida —los jornaleros— barata y sobreabundante.


  1. Ausencia de una revolución demográfica y débil desarrollo urbano. Como consecuencia de ello tampoco se produjo: ni una revolución demográfica, ni un notable incremento de la demanda de productos industriales por parte del sector rural para desarrollar la actividad productiva agraria (mecanización); que hubiera podido favorecer un proceso de emigración masiva del campo a la ciudad. El campesinado, situado mayoritariamente en un nivel de renta de subsistencia, tampoco podía ser un elemento dinamizador de la demanda agraria de bienes de consumo industriales.




  1. Una débil red de comunicaciones y un ferrocarril a cargo de capitales europeos. La orografía de nuestro país, con la presencia de importantes cadenas montañosas separando unas regiones de otras, la falta de grandes ríos navegables intercomunicados entre ellos —a diferencia de Europa central con los ríos Rin, Danubio y sus afluentes—, y la pésima red de carreteras y caminos, donde el medio básico de transporte hasta mediados del siglo XIX, seguía siendo el asno y la mula, dificultaron la creación de un mercado interior. Reino Unido, que muy tempranamente había eliminado las aduanas interiores, desarrolló una importante red de carreteras y canales para conectar los centros industriales con los principales puertos del país.


  1. Tampoco favoreció la localización dispersa de materias primas y fuentes de energía claves para la Primera Revolución Industrial: los centros productores de mineral de hierro (Málaga y Vizcaya) se encontraban bastante alejados de los más importantes centros productores de carbón de hulla, a diferencia de Reino Unido, Bélgica y de la cuenca del Ruhr alemana, donde su localización era más cercana. En el caso español, la cuenca asturleonesa y palentina, alejada de los centros productores de mineral de hierro, aportaba el 73% del total de hulla producida entre 1861 y 1913 (gráfico 01).

Gráfico, Gráfico circular

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Hulla española. Principales provincias productoras, 1861-1913.


  1. La pérdida de las colonias, primero de la América continental y más tarde del Caribe, supuso también una dificultad añadida, al no poder contar con un gran mercado colonial para sus exportaciones como fue el caso de Inglaterra.


  1. Un desarrollo industrial localizado en Cataluña y en el País Vasco. Únicamente dos áreas peninsulares lograron vincularse al proceso industrial europeo: Cataluña, con la industria textil algodonera, para cuya consolidación en las últimas décadas del siglo XIX tuvo un papel muy importante la concesión del monopolio comercial de tejidos con las colonias caribeñas (1882, Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas); y el País Vasco, que pudo rentabilizar los yacimientos de mineral de hierro vizcaínos a través de masivas exportaciones a Reino Unido, desde donde importaba carbón de coque para la industria siderúrgica. Vemos por lo tanto, que en ambos casos, los dos grandes focos industriales se consolidaron gracias a una relación comercial exterior a la Península, ante la ausencia de un verdadero mercado interno peninsular.



De hecho, ante las dificultades del proceso de acumulación de capital en el resto del territorio peninsular, los escasos elementos de industrialización que se dieron en la segunda mitad del siglo XIX fuera de Cataluña y el País Vasco, estuvieron vinculados al capital extranjero de origen francés, británico y belga fundamentalmente, que orientaron esas inversiones para satisfacer, antes que nada, las necesidades de la industria capitalista de sus respectivos países.

El resultado de todo ello fue que, cuando aún España en su conjunto no había logrado sumarse al proceso de la Primera Revolución Industrial, basada en el carbón, el algodón y el hierro (salvo Cataluña y, en menor medida, el País Vasco), ya las grandes potencias capitalistas e imperialistas habían iniciado la Segunda Revolución Industrial, basada en el petróleo, la electricidad, el acero y el desarrollo de los medios de transporte a motor y eléctricos. Como se aprecia en el gráfico 02, durante el período 1860-69, la producción de hierro colado en España era 100 veces menos que la de Gran Bretaña y 30 veces menos que la de Francia.

Gráfico

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  Producción de hierro colado comparada.

  1. Una banca de localización periférica y unas débiles finanzas estatales. En 1856, durante el Bienio Progresista, se fundó el Banco de España, a partir del Banco de San Fernando, creado durante el reinado de Fernando VII, que en 1847 se había fusionado con el Banco de Isabel II. En un principio no tuvo el monopolio de emisión monetaria, hasta que en 1874, durante la República, bajo el gobierno autoritario de Serrano y por la necesidad de financiar las guerras contra los carlistas y contra los independentistas cubanos, se estableció el monopolio de emisión. Unos años antes el ministro de Hacienda Figuerola había instituido a la peseta como moneda nacional en 1869, aunque su utilización como base contable de las principales instituciones financieras del país todavía se demoró una década. Con la institución de la peseta como moneda nacional y la implantación del monopolio de emisión monetaria se daba un paso necesario, aunque tardío, para poder avanzar hacia la conformación de un mercado nacional con un medio común de pago.

El sistema bancario, al igual que el desarrollo industrial, también era fundamentalmente periférico. Las grandes entidades bancarias fueron el Banco de Barcelona (1844), el Banco de Bilbao (1857) y el Banco de Santander (1857). Además del capital aportado por los bancos nacionales a la financiación de infraestructuras y deuda del Estado, hubo importantes aportaciones de capital extranjero a través de sociedades de crédito.


CONCLUSIONES FINALES:

La Revolución Industrial debe ser entendida como un proceso progresivo y continuo cuyo alcance depende de la situación previa de los países. En el siglo XVIII España se encontraba inmersa en una gran crisis, y el estallido de la Revolución Industrial en Inglaterra no pudo desarrollarse de igual manera en nuestro país. La Revolución Industrial de los siglos XVIII y XIX fracasó en España, ya que las revoluciones consideradas indispensables para que se produzca esta revolución no tuvieron lugar en España.

 Las dificultades políticas que tuvo el liberalismo revolucionario, es decir, la burguesía revolucionaria, para mantenerse en el poder en España durante períodos prolongados, frente a los períodos más amplios en los que el gobierno lo detentó el absolutismo o el liberalismo conservador (o liberalismo doctrinario), es decir, la burguesía conservadora que buscó aliarse a los viejos estamentos del Antiguo Régimen: Iglesia Católica y aristocracia. Ahí está, sin duda, la clave del principal obstáculo que hubo para el desarrollo de una Revolución Industrial como habían experimentado otros países europeos empezando por Inglaterra.

A finales del siglo XIX, se puso en marcha por parte del Partido Conservador de Cánovas una política proteccionista, se hizo en sentido totalmente contradictorio con el proceso británico. No sólo se desplegaría una política proteccionista para el textil catalán y la siderurgia vasca, sino que también se trató de proteger la ineficiencia de la agricultura latifundista castellana, incapaz de modernizarse y mecanizarse al contar con mano de obra campesina empobrecida, los jornaleros. El mantenimiento de una agricultura atrasada, sin inversiones para mejorar su productividad y sin mecanización, basada en el latifundio y la mano de obra jornalera, no favoreció el surgimiento de un mercado interior que pudiera dar salida a la producción industrial vasca y catalana. Tras la pérdida de los mercados exteriores (desastre de 1898), la estrechez del mercado interior, con una situación agraria que recordaba más al Antiguo Régimen que a una sociedad moderna, no permitía compensar dicha pérdida. Quizás podamos comprender así por qué en Cataluña y un poco después en el País Vasco, comenzara a brotar un fenómeno regionalista que luego se iría transformando en el nacionalismo catalán y vasco, y que perdura hasta nuestros días. 

En la combinación del desarrollo industrial catalán y vasco, y el atraso agrario de Castilla y Andalucía, podemos encontrar el origen del nacionalismo periférico.



Realizado por Marta Fernández




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